Íbamos andando los dos EWL camino de nuestra tienda de chinos favorita (la que más cerca está, más que nada) a comprar algo de aperitivo (sorry, Tang) cuando casi a punto de llegar vimos unos chavales (15 o 16 años) apoyados en un coche. Justo cuando nos disponíamos a entrar se dirigieron a nosotros.
- ¡Oye, tíos!
El hecho de utilizar la palabra “tíos” y no “señores” hizo que nos cayeran bien al instante, nos habían acercado a ellos introduciéndonos en su círculo, éramos teenagers one more time. Lo único que nos preocupaba era tener listo el coche para el baile de primavera y conseguir que Mary nos dijera que sí, que venía con nosotros. El calor ya había llegado a nuestra zona residencial y las tartas de manzana se enfriaban en los alféizares de las ventanas desprendiendo un olor que incitaba al desenfreno. La gran feria del condado sería en apenas unos días y la señorita McCloud nos había dejado salir antes de clase. El nuevo tocadiscos que nos había traído el tío Bill de la capital nos esperaba junto a los últimos vinilos de Jefferson Airplane y Led Zeppelin. Tendríamos que escucharlos a escondidas porque mami no nos dejaba oír aquella música del demonio, como ella decía.
- ¿Si?- Respondimos nosotros haciéndonos los interesantes.
- ¿Nos podéis comprar una yonkilata?
- ¿El qué?
- Una yonkilata.
En ese momento nuestros cerebros se pusieron a funcionar a toda marcha para agradar a aquellos chavales que nos habían tomado por “tíos”. La búsqueda del significado del término yonkilata se realizaba a velocidad luz entre las pocas neuronas de los EWL. No podíamos decepcionarles. Segundos después, y ante nuestras caras medio pensativas (de mirar de lejos) medio aleladas, los adolescentes nos sacaron de la duda.
- Una yonkilata, una lata de cerveza de medio litro…
- ¡Aaaaaaaaaaah!
Intentamos mostrar nuestra cara de “ya lo sabía, es que me ha dado un aire”, pero no pudimos. De pronto, un socavón gigantesco en cuyas paredes se podía leer “choque generacional” apareció entre nosotros y las risas de los púberes. Dichas risas se amplificaron en nuestros oídos y nos devolvieron al presente.
- ¿Nos la puede comprar, señor?
Ésa fue la daga que cortó todo lo que nos mantenía unidos a nuestra loca juventud. De vuelta a la realidad y con las orejas gachas, respondimos todo lo dignamente que pudimos. Ya una vez en casa, abrimos las pataturcias y ahogamos nuestras penas en grasas saturadas.
El horror, eso es el horror... Os comprendo y apoyo.
ResponderEliminarJAJAJA Eso me recuerda a entrar en una tienda, estar mirando algo y tras escuchar 2 veces "Señor, ¿puedo ayudarle en algo?" Levantar la cabeza y darme cuenta que es a mi, pero claro, si me llaman señor no me doy por aludido, que todavía tengo carnet joven!!! JAJAJA :)
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